Te haces la primera pregunta. Cuándo ha sido, qué estaba haciendo yo en ese mismo instante, en ese segundo de último aliento. Dónde estaba mi mente, qué ocupaba mis pensamientos, en qué estaban mis sueños entretenidos. La respuesta es en ningún lugar, aunque recuerdo ese sonido de los radiadores al calentarse, los metales quebrarse ante el calor, un ruido frío.
No tarda en suceder la segunda pregunta. Es difícil pensar la importancia de una persona en tu vida, aunque sea tan sencillo como mirar atrás y ver que sin ella no existirías, que muchas de las vivencias han escapado sin dejar rastro pero que por ellas tú estas viviendo las tuyas. Es posible que muchas flechas del destino marcaran el camino hasta aquí y ahora no las valoramos. Sin ella no existirías, esa es la respuesta.
Y llega la tercera pregunta. Qué queda, qué me queda. Tardo algo de tiempo en caer en lo evidente. Tengo algo que es solo mío, algo que todos ven y muchos desean, algo que me hace ver a los demás, una visión con la que conquistar lugares y entender lo que me rodea. Puedo tocarlos, cuidarlos, puedo pararme delante del espejo y quedarme todo el tiempo que necesite perplejo ante ellos. Observo cómo se funden los colores miel y azul. Puedo emocionarme, puedo admirar, puedo escribir y estarás ahí con ellos, como si viajaras conmigo. Tengo unos ojos, tengo tus ojos, te tengo.
A mi abuela.
3 comentarios
Magnanime!
espectacular!
Seguro que ella te acompaña
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