El niño se quedó perplejo mirando al coche rojo. Era de su tamaño, apenas la mitad de alto que él, con asientos pequeños y un volante que podría abarcar bien con sus manos. Estaba hecho para él. Vamos, sube –le dijo su madre– yo te espero aquí. El niño apretó la mano y se pegó a sus piernas. No quería…