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¡Quiero mi bocadillo!

¡Quiero mi bocadillo!

–¡Mamá, mamá! ¿puedo yo dar golpes a una sartén?, dijo Andrés mirando por la ventana, con la esperanza de que aquel era el día en que su madre, Catalina, por fin dijera que sí.
– No cariño.
– ¿Por qué?
– Porque nosotros ya hemos aplaudido antes, para dar ánimos a los médicos que están en los hospitales curando a las personas, ¿recuerdas?
– Sí…¿y por qué no puedo dar a la sartén también?
– Porque eso no se hace para los médicos.
– ¿Y por qué se hace?
– Porque hay gente que se aburre mucho en casa.
– Am…pues yo también me aburro, Mamá.
– Pero tú no eres cómo ellos.
– ¿Y cómo son ellos?
– Son…personas que están enfadadas, ¿tú no estás enfadado, verdad?
– ¿Por qué están enfadadas?
– Porque no quieren estar en casa encerrados como nosotros y no les gusta lo que está haciendo el gobierno.
– Yo tampoco quiero estar encerrado en casa…¿puedo salir con la sartén?
– No, cariño.
– Tampoco me gusta el gobierno.
– Am, interesante, ¿sabes qué es el gobierno?
– Sí, los hombres que hablan por la tele mucho rato.
Su madre sonríe.
– ¿Puedo salir?
– No.
Andrés clamó al cielo con un grito de dolor profundo y su madre siguió recogiendo la ropa de la habitación ignorando sus aspavientos desmesurados.
– ¡Por qué!… ¡mamá!, ¡Quiero salir con la sartén! Estoy aburrido, enfadado y no me gusta el gobierno…¿por qué no puedo?
– Porque no está bien.
– ¿Por qué no está bien?
– Ya te he dicho que no, que no puedes salir.
– Pero mamá he visto a otros niños con la sartén, ¿por qué ellos pueden y yo no?
– ¿Has visto otros niños?
– ¡Sí!, ¡muchos niños!
– No te inventes cosas, que te va a crecer la nariz.
– ¡Es verdad mamá!, ¿quién va a dar golpes si no son niños como yo?
Su madre soltó el jersey de sus manos y se agachó para mirar a su hijo a los ojos.
– Mira, pues eso que dices puede ser verdad Andrés, seguramente haya mucho niño dando golpes a la sartén ahora mismo pero no son niños como tú, son niños mayores muy enfadados y sabes que las cosas no se arreglan dando golpes y haciendo ruido, ¿no? Te lo he dicho muchas veces…
– Pero mamá…un niño como yo tiene que hacer ruido, necesita soltar pensiones.
– ¿Soltar pensiones?
– Sí.
– ¿Tensiones?
– Eso, necesito soltar tensiones…mamá esto es una batalla que vamos a ganar contra el coronavirus
– ¿Qué batalla?, ¿dónde has oido eso?
– Lo dicen los de la tele que hablan mucho rato.
– Esto no es una guerra, hijo mío.
– ¡Hay que acabar con los bichos mamá!, esto es una guerra, ¿no lo ves?, necesitamos hacer todo el ruido que se pueda para ahuyentarlos, mucho ruido mamá, mucho…
Catalina volvió a sonreír y observó con ternura a su hijo durante varios segundos.
– ¿Puedo salir?
– Has ganado, coge una cuchara de palo de la cocina, una sartén y que te oiga todo el barrio, cariño, dale todo lo fuerte que puedas, pero tienes que hacer otra cosa también…
Se acercó y le susurró algo al oído, como si fuera un secreto entre los dos.
– ¡Vale!
Andrés dió un salto y corrió a la cocina. En el camino se encontró a su padre, que esquivo con mucha soltura y cierto desdén.
– ¿Dónde va este tan corriendo?
– Tu hijo que crece muy rápido, habrá que comprarle una batería o algo así, para que no se nos vaya de las manos.
– ¿Una batería?, ¿quieres que nos vuelva locos?
Catalina no dijo nada y en ese breve silencio empezó a oír cómo sonaban golpes a una sartén dentro de casa. Cuando Andrés llegó a la cristalera gritó.
– ¡Quiero mi bocadillo!, ¡quiero mi bocadillo!

.

// Ilustración: Eva García Navarro
[Me gusta saber qué le pasa a la gente cuando me lee, ¿me dejas un comentario en esta entrada?]

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  • Maria innuba
    8 junio 2020 at 18:08

    Me ha gustado mucho Víctor! A seguir con esos relatos!

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