Nunca un centro comercial me había hecho sufrir tanto como este. Había estado en lugares enrevesados, difíciles, extraños, pero nunca hubo uno que me causó tanta desesperación e impotencia como el Corte Inglés de Nuevos Ministerios en Madrid. Desde el primer momento tenía reticencias de acudir a esa mansión de los horrores, pero era la que tenía más cercana y por lógica temporal era a la que debía ir. Me arriesgué confiando en que esta vez no daría vueltas en círculo y encontraría lo que buscaba, y aunque no fuera enseguida, aceptaba la pérdida de cierto tiempo. Me topé con la desidia y fue realmente horrible estar atrapado dentro de aquel monstruo, porque eso no tiene otro nombre.
Nada más llegar, observé el panel de entrada donde indica lo que había en cada planta y empezaron los problemas, todavía no había entrado en aquel coloso materialista cuando me topé con el primer muro. No había ninguna sección que cubriera lo que buscaba, un simple portalimentos para el trabajo. En ninguna de las plantas con sus correspondientes descripciones y palabras clave había un indicio de que pudiera estar ahí, solo la planta donde ponía “menaje del hogar”. Me aventuré. Joyas, colgantes, sortijas, relojes, plumas, escaleras, mantas, colchones, cubrecamas, lámparas, mesillas, escaleras, vajillas, cubiertos, batidoras, espumaderas, mi planta. Prefería no detenerme y pensar, esto tenía que ser un trabajo limpio y rápido, como una operación de las fuerzas especiales. Pero allí, entre tuppers de miles de tamaños, formas y colores, no había portalimentos. Tenían que estar ahí, pero no. Mi nerviosismo empezó a aflorar y camine, pensando dónde podría estar. Me recorrí media planta hasta la sección de maletas pasando por la floristería. Nada. Volví al distrito de los tuppers y decidí preguntar a uno de los jersey verdes.
—Perdona, ¿las bolsas para llevar alimentos? Donde se meten los tuppers…
—¿Portalimentos dices?
—Sí, de esos.
—Aquí no, tienes que cruzar este edificio y bajar hasta la primera planta, tienes que ir a Bricor, por allí. —dijo señalando a un horizonte.
—Am, vale, gracias.
Por allí, mis cojones. Bajé por las escaleras y di la vuelta a todo el edificio por fuera para volver al mismo sitio, pero una planta más abajo. El “por allí” no estaba bien definido. Mierda. Estaba perdido y si antes era nerviosismo ahora la agonía subió por mi garganta como el reflujo de un chupito de absenta. ¿Dónde estaba Bricor?, ese lugar quimérico que sólo existía en la cabeza de todos los jerseys verdes. Caminé sin rumbo, desorientado, dejaba a mi paso perfumes, joyas, moda de hombre, de mujer, calcetines de lino, corbatas, guantes, camisas, libros, dvds, cámaras, portátiles, televisiones. Tenía la sensación que estaba dando vueltas en círculo. Todo pasaba en un segundo plano y cada vez me faltaba más el aire. Debía escapar. Salí por la primera puerta al exterior y respiré. Pensé en abandonar, pensé que no podía con aquello. Este maldito edificio laberíntico me había ganado. Pero algo me empujaba a continuar, tal vez la inercia. La sensación de que el final estaba cerca como aquel corredor que imagina llegar a su meta. Caminé por las cuevas encharcadas de los pasillos de Azca, sonámbulo. Todavía quedaban en mi mente resquicios de aquella indicación, «tienes que cruzar al otro edificio, por Bricor”. Voces a la lo lejos. Mi ansia capitalista de comprar se fue consumiendo poco a poco por desgaste. Es curioso cómo a veces te lo ponen tan difícil.
Pero lo conseguí. En los límites de mi paciencia, lo encontré. Un cartel después de varias vueltas por la zona. Se me cristalizaron los ojos, vencí, a pesar de estar una hora recorriendo el edificio. Mis ánimos crecieron y caminé en marcha, entré en el edificio de Bricor y allí localicé los portalimentos al entrar. Era una maldita estantería en la esquina sin apenas iluminación y con cinco portalimentos de mierda, al lado de instalaciones de puertas y muebles de cocina. ¿Por qué?, ¿quién tuvo la idea?
Al final no compré nada, el apetito de compra inicial se había esfumado, siendo sustituido por la satisfacción de alzarme delante de aquel monstruo. Antes de entrar en el metro, delante de él y mirando su gigante «rebajas -50%», levanté el puño y dije: entré hasta tus entrañas y te vencí, hijo de puta. Y montado en mi jinete dejé atrás el castillo derruido con sus orcos y gublins comiéndose entre ellos.
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brother
18 enero 2015 at 15:38Jajajajjajaja, muy bueno!, he experimentado todos y cada una de las sensaciones que describes en ese descomunal y mal organizado y señalizado centro comercial!
Akaki
20 enero 2015 at 22:40Sí, ya me han dicho varias personas que no es un hecho aislado este del Corte inglés de Nuevos Ministerios!
Juan Peregrina
3 febrero 2015 at 08:47Hola, Akaki: échale un vistazo a esto, por si te apetece. Me acordé de ti:
https://menoknownothing.wordpress.com/2015/02/03/las-5-preguntas-que-nunca-me-atrevi-a-hacer-en-soledad/
Un abrazo.
Akaki
3 febrero 2015 at 18:28Gracias Juan, aprovecharé para echar un vistazo al resto de blogs, y a ver si saco tiempo para hacer lo mismo, es una satisfacción que te acuerdes de este blog. Un saludo.
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