He visto cosas que no creeríais. He visto a pollos sin cabeza moverse por la estación y bolas de sebo bajar rodando las escaleras con un movimiento tan hipnótico como los famosos muelles de metal. He visto a monstruos maquillarse hasta ser un maniquí, he visto a cerdos morderse las uñas y escupirlas para intentar acertarte en la cara. He visto negros montar una timba, insonorizar y anular un vagón acústicamente, he visto predicadoras intentando resucitar a los muertos que salen al alba. He visto tsunamis de mocos destrozar toda dignidad y músicos con un reverberación agotadora. Pero nunca había sentido tanto miedo como aquel día que tuve un desliz con el Rulos Squad.
Irguió el pecho y posó sobre la máquina la tarjeta de transporte. No pitó como se esperaba y las puertas no se abrieron. Su cara estupefacta ya mostraba indignación incluso antes de saber conscientemente qué pasaba. Volvió a probar y miró hacia atrás. Ahí estaba yo, un cervatillo indefenso ante una maruja apunto de estallar en cólera. Insultó primero a las máquinas, a los ordenadores, después al señor de la Renfe, a su madre, a su abuela y, por último, no se olvidó de hacerle un guiño a este gobierno de mierda. Entonces me dijo, pasa tú, que a mí no me funciona, a lo que asentí y tragué saliva. Pasé mi tarjeta y funcionó. Antes de que me diera tiempo a reaccionar, noté un efecto succionador a mis espaldas hasta que un objeto punzante tocó mi espalda. Era el bolso Giorgio Jarmandi de la señora, picudo y molesto y ella detrás como un tren de mercancías. Es que no me funciona, hijo mío, dijo, y, aún así, seguía hincando el bolso como una banderilla. No pude evitar poner mala cara y me quedé quieto provocando que la maruja se quedara atrapada con las compuertas. Me maldijo y entonces salí corriendo aterrado. Miré hacia atrás y vi como sacó un cuerno del bolso. Lo hizo sonar soplando por una de sus puntas, era la llamada de la tribu marujil. No tardaron en salir sus compañeras de batalla en de la nada para sacarla del enganche. Escapé escaleras abajo mientras estaban ocupadas y con el pitido de las puertas del tren, subí al vagón por los pelos. Entonces antes de sentirme a salvo, algo tiró de mi pie hacia atrás, haciéndome resbalar y caer al suelo del vagón. Las puertas del tren aprisionaron mi pierna. Un paraguas estaba enganchado en mi pie y al otro lado una masa deforme con dos enormes tetas de contrapeso tiraban de mi como una mala bestia salida del mismísimo infierno. Podría tener la fuerza de veinte rinocerontes y no estaría mintiendo. Aguanté con una mano en la barra sus tirones hasta que el paraguas resbaló por el tobillo y quede libre, cerrándose las puertas de inmediato. El tren se pudo en marcha y vi cómo sus ojos inyectados en sangre se quedaban atrás. Volverán. Vivo con miedo, sé que están acechando, que han compartido por su nuevo centro de comunicación, el whatsapp, fotos de mi cara. Seguro que están investigando donde vivo y de quién soy con su extensa red de relaciones.
Las marujas son señoras de los raíles, divas de los rulos y maestras del desquite. Profesionales del pillaje y troleras en las ventanillas de la estación. Si quieres algo, lo conseguirán con su matraca haciendo tus orejas comestibles y trituradas para puré. Su magia interlocutora te envuelve sin poder escapar cual sirena de los tiempos modernos y si no es así te provocará un sueño profundo del que nunca podrás despertar. Las marujas son las reinas del tren, ni Walter White sería capaz de aguantarles la mirada. Tened cuidado.
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brother
23 marzo 2015 at 22:04Jajajajajajaj
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