Leve arrastró la puntera del pie sobre el suelo pedregoso resbalando hacia atrás. Tenía delante a un guerrero Leviatan que le había asestado el primer golpe tras sorprenderlo al salir de un arbusto entre las rocas. Se había defendido como pudo con el escudo. El Leviatan ni siquiera tuvo un gesto de duda cuando atacó a uno de su especie, ni un indicio de remordimiento, estaba seguro de que habían puesto precio a su cabeza.
Con el segundo golpe Leve giró sobre su cuerpo y le empujó abriendo espacio entre los dos. La batalla había comenzado y enseguida empezaron a aparecer Leviatans por los salientes. Salían impulsados como flechas del mar hasta subir volando y caer sobre las rocas. Una vez en tierra plegaban sus aletas en las axilas y piernas. Disponían de un segundo órgano para respirar en el exterior aunque éste tenía sus limitaciones. Eso les hacía más débiles pero no por ello peores luchadores que los terranos.
Leve observó los movimientos de combate del que tenía delante. Sabía que los enseñaron en la escuela Magou, la misma en la que estuvo él después de la iniciación. Cuando cumples los cinco años te guían durante días hacia las aguas heladas del norte, donde las pocas horas de sol lo convierten en un lugar oscuro y aislado de vida. Allí te abandonan junto con tus compañeros, sin comida, sin útiles más que una lanza. Volver al poblado era única opción para sobrevivir, salvando todos los peligros que el mar lleva dentro. El primero en llorar sería el último en ver a su familia que espera rezando, si es que lo hacía.
El Leviatan portaba el garfio hueco que se agarraba desde dentro con la mano y cubría todo el puño creando un arma rápida, fuerte y perfectamente acoplada en el antebrazo. Eran como aguijones, cuchillos redondos afilados. También vestía su habitual casco y camisa de algas rojas y verdes secadas al sol. Su creación es laboriosa y larga pero el resultado era magnífico: una protección más dura que el metal y con un peso cuatro veces menor. En el pecho se dibujaba sobre su piel azulada y lisa una cruz con un círculo rayado.
El Leviatán amagó un golpe y atacó de nuevo en el costado y la cabeza con los dos garfios. Leve los reprimió moviéndose a la derecha y levantando el escudo. Se echó de nuevo hacia atrás mirando las rocas inundadas de Leviatans y a otros cayendo del cielo.
Subir por las rocas era una situación de desventaja para ellos, eso Nilo lo sabía, pero también era arriesgado atacar únicamente por la playa, cuando los humanos eran más hábiles en espacios abiertos y amplios. Aún así tenía la seguridad de que Nilo no había planeado un simple ataque frontal y se dio cuenta cuando uno de sus guerreros le gritó a sus espaldas.
– Leve, ¡la torre Angelus!
[Foto: Costa de Santander]
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