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Cuando vuelan los Benebés: Leve

Augurios de guerra
Ella nunca supo que cuando el agua del mar se volvía negra y los Benebés huían volando hacia el sur no era buena idea acercarse a la costa. Por eso, ella no tuvo la culpa de la muerte de Dane y Miel, yo nunca debí dejar que fueran, ni siquiera salir del pueblo cuando los augurios no eran buenos. La supervivencia de mi hermana no fue algo fortuito cuando muchas otras personas murieron en la costa con un grito que se oyó hasta el valle. Su vida fue un aviso, la señal de que la guerra nada más que había hecho comenzar. Y también era una aviso dirigido hacia mí.


Volverían sus cuerpos lisos y escamosos que no sangraban, vería sus ojos grandes y activos, saldrían del mar en un ejército que enturbiaba las olas, descargarían sus brazos afilados como el metal sobre nuestros hermanos e hijos sin más compasión que la de exterminarnos. Pero en ese instante yo solo sentía sed de venganza en mi vientre que ardía como fuego escupiéndolo por mi garganta, una venganza por el pacto hecho pedazos, después de años de compromiso. Ellos tenían problemas y yo fui desterrado de sus aguas.
La llamada a los fénix del sur inundó el valle, las pieles se tiñeron de colores, los bosques nos dieron leña y fuertes troncos y se mandó una expedición en busca del único fruto que podía matarlos. Los niños se irían con ellos al interior de la isla para refugiarse alrededor del bosque dorado, donde solo debían entrar si era estrictamente necesario. Los días se iban sin descanso, las noches de vigilia se hacían eternas y el miedo en la población se leía en sus ojos que recordaban el pasado. Ahora este es mi nuevo pueblo y lo defenderé.
Apostado en el saliente de la roca, esperé la llegada de la noche rodeado de mis hermanos, cuando la niebla se levantaba y la humedad era fría. Entonces vi las primeras cabezas ovaladas erguirse sobre el agua en un batallón alineado a la perfección. Salían de las rocas inmunes a la fuerza de las olas. La marea de guerreros no se había retrasado ni un día a su amenaza. La guerra había comenzado.


Y…¿Qué hago ahora?
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  • Naufragio
    5 mayo 2010 at 15:03

    Esta guerra huele a arena de playa húmeda. Un olor intenso que se filtra en el cerebro hasta calarte los huesos.

  • Akaki
    5 mayo 2010 at 19:39

    sí, y me gusta el olor, pero creo que no me gustaría estar en ella en esta historia…
    ¿y acaso los que vienen del mar son necesariamente humanos?

  • Naufragio
    6 mayo 2010 at 06:30

    … Bueno, quizá sólo me lo parezca a mí, y aun a riesgo de hacer el ridículo, diría que tienen más bien pinta de seres de otro mundo… Y parecen de los malos-malísimos. Pero, insisto, que es sólo una impresión. Como cabe imaginar, llamándome Naufragio, esta historia me deja algo desasosegada…

  • Akaki
    6 mayo 2010 at 18:25

    jeje, creo que acertaste, al menos yo me los imaginé como otra especie, y…malos malísimos? con eso me has dado una idea para escribir la siguiente entrada…

    (qué pasó en el Naufragio?)

  • Naufragio
    7 mayo 2010 at 07:09

    Me llamo Naufragio por destino, porque haga lo que haga, casi siempre acabo naufragando. Y cuando me recupero – porque también hay que decir que muchas veces consigo sostenerme gracias a algún trozo de materia física o espiritual – no pasa demasiado tiempo hasta el siguiente naufragio. De modo que quizá, ésta que escribe no sea más que el resto de aquél día, o de aquél año, en que me tragué todo el agua del mar, ya sea por bocazas, metepatas, miedica o todo lo contrario.

    Uf… me acabo de presentar, no?

  • Akaki
    7 mayo 2010 at 22:26

    Si, jaja, y de una forma muy original… por lo menos tu naufragio aquí está bienvenido 🙂

  • Raúl
    10 mayo 2010 at 08:41

    Me gusta el final, parece que da comienzo una novela épica.

    Saludos,
    Raúl.

  • Akaki
    10 mayo 2010 at 20:36

    Me alegra que te guste. Y creo que tendrá más partes…

    un saludo!

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