“Cuando vuelvas, ojo con el ascensor que funciona mal. Si vienes a deshoras, mejor sube andando por si acaso”. Ese fue el mensaje que recibí de mi padre el pasado viernes a las 8 de la tarde. Por la noche del mismo día, sonámbulo, llamé al ascensor, entré y ya no volví a salir. El ascensor se quedó bloqueado en la tercera plata al subir. Lo primero que pensé fue, “no, ahora no”. No había nadie en casa, tenía mucho sueño y me estaba meando. Las provisiones para la supervivencia que llevaba conmigo eran pésimas. Tenía el tupperware de la comida que llevo al trabajo, pero vacío. «No, ahora no».
Probé subir y bajar en todas las plantas. Nada. Solo veía la mitad de la puerta de salida y estaba bloqueada. Encerrado en un habitáculo de un metro cuadrado, sin batería en el móvil y con un panel enfrente con 7 botones, de los cuales solo uno me podía sacar de allí, me miré al espejo y noté el pánico en mis ojos. Aunque si lo pienso bien, estaba más molesto de no poder agarrar mi cama que el hecho de quedarme atrapado. Pulsé el botón mágico, una sola vez y con firmeza para cerciorarme de que lo estaba haciendo. No ocurrió nada. Pulse de nuevo. Nada. Entonces se me cortaron de repente las ganas de mear, de dormir y solo tenía una palabra en mi cabeza: sobrevivir. Volví a pulsarlo, repetidamente hasta que por fin empezó a sonar la marcación de llamada. Nunca había amado con tanto entusiasmo un odioso tono de llama.
Una voz de mujer contestó al otro lado, Pensé, y, ¿ahora qué le digo?” Nunca me había parado a pensar en una frase magistral para ese momento que resumiera aquella sensación de inutilidad. Tal vez debía gritar “Sacadme de aquí, por Dios, ¡sacadme de aquí!” o cumplir un sueño con un “mayday, mayday, Houston, tenemos un problema”. Imaginar nunca es llegar a hacerlo. «Estoy atrapado en un ascensor», dije, y me sentí estúpido, como si se me hubiera quedado enganchada la mano en el tostador al desatascar una tostada. Me pidió los datos y me dijo «en media hora estará allí un técnico».
El tiempo pasa muy despacio en un metro cuadrado, con un silencio absoluto y observando al agujero de la puerta con un atisbo de esperanza. Estaba en una cápsula de desintoxicación. Quedarse para siempre en un ascensor, saber que no podrás salir jamás de allí porque un artefacto mecánico de creación humana tenga un simple fallo. Pensé en mi familia, es mis amigos, mi conejo, recordé momentos felices en el pasado, cuando dije por primera vez papá y di mis primeros pasos. Eché de menos a todos y cuando pensaba que a partir de esta experiencia vería la vida de otra forma, llegó el capullo del técnico y me jodió el momento. Pero estoy a salvo.
Cuando me sacan del ascensor escalando una pared, sale una mujer de una puerta, y oigo a unos chicos que abren el portal. A las 4:00 de la madrugada, «¿Cuánta actividad hay en este vecindario, no?”, dijo el técnico. Firmé un papel de asistencia como si hubiera ido al taller y contesté “Creo que ya es hora de ir a dormir». Y así fue.
Esa noche conseguí salir del infierno de un metro cuadrado. Esa noche supe que el botón del telefonito es Dios. Esa noche sentí la ascensoridad.
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Brother
12 diciembre 2013 at 08:11jejejeje, como me lo he pasado con tu relato brother!!!, eres muy bueno jajajajajja
Akaki
16 diciembre 2013 at 21:56Esta curiosity, sí, experiencia en primera persona!
Akaki
16 diciembre 2013 at 21:58Por cierto, por si no visteis la película de gravity, la idea del inicio está tomada de aquí: http://youtu.be/MEZWseaoZc8
Anónimo
28 enero 2014 at 15:43Muy buenoooo!!!
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