Observo todos los días a personas cansadas subir al tren, con su mochila y botella de agua para la mañana. Llevan el tupper que habían preparado antes de acostarse la noche anterior. Una hora de viaje hasta el centro de la ciudad. Algunos son jóvenes y las canas sobresalen de su cabeza como púas iluminadas con leds. Tal vez alguien lleve una maleta, tal vez tenga un viaje para escapar de su realidad. Una hora de trayecto. Otro día más, otro día que se va. Sobrevivir, esa es la única palabra que sale de mí al verlos mirar sus móviles. Intentar sobrevivir aunque no controlen su vida. La gente se muere en la calle y se nos va la vida paso a paso, sonrisa a sonrisa, suspiro a suspiro, sin percatarnos, tan lento pero constante, tan rápido pero desproporcionado.
Nuestros días son estalactitas que descuelgan del techo y en milisegundos caen al suelo. Gota a gota depositan la cal como esos recuerdos que nos marcan de nuestras experiencias, se acumulan poco a poco. Sin embargo, sólo son diminutos rastros de toda una vida, de años, que como el agua sobre las estalagmitas, han caído incesantes pero luego se han perdido en un charco o les ha absorbido la tierra. Muy despacio esperan unirse en el centro algún día, cuando una punta toque a la otra, cuando el tiempo se haya acabado, cuando la historia de nuestra vida haya terminado.
Como te descuides la vida se va en el día a día. Meses en el trabajo, días en los desplazamientos, horas haciendo scroll en las redes sociales. Siempre con la presión continua y la autoobligación que nos imponemos de tener que aprovechar el tiempo pero sin ser conscientes de la dedicación del mismo. Planear, organizar y gestionar para que al final de la semana estés deseando que llegue el viernes porque tienes dos días que igualmente están ocupados por gente que ver, lugares donde ir y cosas que hacer. Y planear de nuevo para la semana siguiente no sentirte desbordado. Escribir en un papel tareas para sentir el placer de tacharlas. Hoy he hecho algo productivo. Bien, vamos a ver los veinte puntos siguientes que quedan y voy a retrasar estos otros tres para otra semana. Así días, semanas y meses, como si nunca pudieses parar y siempre estuviera la palabra «pendiente” flotando a tu alrededor, como si siempre estuviera la frase “me gustaría hacer” guardada en el cajón de la mesilla de noche.
Me pregunto, cuando sea demasiado anciano para pensar, demasiado torpe para moverme, demasiado ausente como para vivir, ¿sentiré que se fue la vida?, ¿se escurrió de las manos como si fuera arena?, ¿esas estalactitas que dejé a mi paso tienen sentido?, Llego a casa al final del día, agotado, y me pregunto, ¿he hecho algo hoy que haya merecido la pena?
[Foto de Maria Noel, ver su Flicker]
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Javier Ximens
16 noviembre 2016 at 09:56Me gusta esa metáfora de las estalactitas. Desde la perspectiva de mi edad, decirte que el futuro no existe, así que vive a tope el día a día, no lo dejes para el fin de semana. Saludos.
puri.menaya
13 mayo 2017 at 18:54Disfruta de cada gota de esa estalactita. Algo queda, vamos construyendo, aunque el tiempo se escurra de nuestras manos como el agua.
Akaki
17 mayo 2017 at 07:27Sí, eso hay que hacer! gracias!
Pepe Nosela
18 septiembre 2017 at 09:03Esto se cuenta cuando uno lleva el día bajo, o está uno despistado. Nos agobiamos demasiado con tener que hacer muchas…muchas cosas, con una y buena sobra.jaja
Akaki Akakiévitch
22 septiembre 2017 at 12:08Gracias Pepe, sí es cierto, a veces es que piensas muchas cosas.
PD: Cuánto tiempo hace que no sé de ti!
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