Hace años que no me fijaba en la luna. Su color es diferente, brillante como nunca. Apareció de repente ahí arriba, como en un cuadro en la claraboya del ático. Es preciosa. Si al menos pudiera tocarla. Tal vez quiera decirme algo. Tal vez nos esté esperando.
Eva ha vuelto a vomitar sobre la mesa. Un líquido verdoso. Lleva días comiendo poco y ha adelgazado. Sus piernas no están fuertes y apenas puede andar si no la ayudo. Cuando acerco la cucharilla de sopa a la boca ella traga sin ganas. Le acaricio la cabeza y algunos pelos se me quedan en la mano. Antes su cabello dorado brillaba como esa misma luna y sus ojos azules resaltaban como dos haz de luz. No sé que hacer, simplemente espero a que pase algo. La fiebre le ha bajado un poco pero sigue enferma. No hay más medicamentos en casa y hace tres días que no se nada de Alberto desde que se marchó. La sirena no ha cesado de sonar y el polvo grisáceo se mueve por las calles con el viento.
Tengo miedo. Las ventanas están tapadas con tablones, pero cualquiera podría entrar si quisiera. La ciudad está dormida, el hambre no ha llegado todavía. Las paredes cada vez están más juntas en esta casa, me aplastan sin dejarme aire para respirar. Hace años que no me fijaba en la luna. Parece que ha cambiado. Ilumina el ático creando sombras en las que se esconde la esperanza. Tengo a mi hija en brazos y con ella espero a que ocurra algo. Pregunta por qué no salimos a la calle, por qué se fue su padre, por qué está enferma. No sé qué contestar. Todo se complicó despacio sin darnos cuenta de lo que ocurría.
Llaman a la puerta. Me sobresalto y despierto a mi niña. Espero. Espero un poco más. Vuelven a llamar. No era el tiempo, no se ha caído una rama, tampoco ha sido un perro callejero todavía vivo. Observo los ojos de mi niña, ávidos de curiosidad. ¿Quién es Mamá?, pregunta. La dejo a un lado, me levanto y camino hacía la puerta. La casa está a oscuras y hay polvo en el pasillo. Intento escuchar al otro lado de la puerta. No se oye nada. Si fuera Alberto debía decir la seña para saber que era él. Nada. La aldaba golpeó tres veces tan fuerte que lo noté en mi pecho. Tengo dudas. Abro la puerta. Es Alberto. No está solo.
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Javier Ximens
21 octubre 2013 at 09:37Buen relato, triste pero bueno.
jorge
21 octubre 2013 at 12:24Con quien está Alberto??!! es un zombi? sácanos de esta incertidumbre! 🙂
Akaki
22 octubre 2013 at 08:41Ximens: Me alegra que te gustara, aunque sea un poco triste, cierto.
Jorge: con quién está? quieres saberlo de verdad?!
un saludo vaqueros
Petra Acero
30 octubre 2013 at 20:50Jo, Akaki, no nos dejes así (por otro lado muy propio en ti)… Habrá una continuación. Siempre me enganchan tus "principios".
Un abrazoooo
Akaki
4 noviembre 2013 at 15:23Ahí está abierto! tal vez haya continuación…o no!jeje
un saludo!
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